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Epístola 10, sobre ir haciéndose mayor

Estaba yo con Rufino contemplando la sombra de una silla cuando escuchamos un trueno y el candelabro dijo:

— ¡Jopé que susto!

Rufino cogió el yogur matadioses y me dijo:

— Es la hora muchacho, a ri ri ri ri ri.

Y sin darme cuenta nos encontramos en el cuarto de baño de Don Juan de la Cierva, justo cuando el hombre se cortaba las uñas de los pies que ya asomaban por sus pantuflas.

— ¡Ay Rufino! Menos mal que has venido. Estoy mu agobiao mu agobiao.

— ¡Ay pobrico mío! ¿Qué te ocurre, corderico?

— ¡Pues que me hago mayor! Y me agobia pensar que cada día me cuesta más encontrar motivación. Me da miedo quedarme desfasado. Me da miedo no estar a la altura. Me da miedo no conseguir mis metas.

— Bueno salao, eso es algo que lejos de ser malo, ¡es bueno!

— ¿Pero qué dices idiota superidiota idiota del culo? —Dijo don Juan mientras intentaba articular una onda vital al estilo Goku cuando era joven.

— A medida que maduras tienes más para mirar hacia atrás y te da la impresión de que tienes menos hacia delante. Y hombre, es verdad. Pero eso no quiere decir que lo que está por venir no merezca la pena.

»Es verdad que antes —continuó Rufino  mientras don Juan se hacía pasar por una piedra— existía lo que se conocía como la brecha digital. Había personas que trabajaban en papel y pasaron a manejar ordenadores. Pero eso ya quedó atrás. Ha habido tiempo suficiente como para que todo el mundo se ponga al día. Y quien es productivo a los 25, lo sigue siendo a los 40, a los 55 y a los 70. Lo importante es no darse por vencido cuando la situación se ponga adversa y esforzarse en aprender cosas nuevas cada día.

—Pero Rufi —dijo el hombrecillo con la cabeza dentro de un gorila disecado— yo noto que cada vez me cuesta más aprender cosas nuevas. Igual que con las resacas, me cuesta cada día más levantarme y ser productivo.

—Es natural que cuando miras al pasado, tu cerebro perfile los recuerdos y elimine los detalles. Por eso las cosas bonitas se recuerdan mejor y las malas, peor. Pero las resacas costaban con 25 años, igual que trabajar hasta tarde e igual que pasarse con el ejercicio. Lo importante es compararte con tu yo futuro, no con el pasado. Tener siempre la ilusión de vivir, aprender y disfrutar de tu vida y tu trabajo. Que te ahogas al correr, pues…

— MARTAERESUNAGUARRAAARG —artículo inesperadamente don Juan en un sonoro eructo cuya violencia provocó que terminara regurgitando sobre su propia barba.

Tras el exabrupto, nos quedamos unos segundos en silencio mientras el hombre miraba hacia todos lados haciendo que buscaba al culpable. Luego, agarró uno de los tropezones de la barba, lo olió, puso cara de asco y se tiró un agudo y corto pedo.

— Jesús —dijo Rufino.

— La Virgen —exclamé yo.

— Como decía —continuó Rufino— si te ahogas al correr, ve más despacio hasta que recuperes la forma o notes que has tocado techo. Lo mismo con el trabajo, pon tu punto de mira en lo que quieres conseguir. Y si no lo sabes, simplemente imagínate en qué circunstancias serías feliz y busca la mejor manera de acercarte ahí. Mira al futuro, trabaja en el presente y aprende del pasado. Y sobre todo…

— Órale Rufino —interrumpió nuevamente Don Juan con fuerte acento mejicano, disfrazado de Darth Vader y con una camiseta que ponía “Yo soy la auténtica Melody”— ¡Pero cómo hago para mirar al futuro si eso es precisamente lo que me da miedo! Maricoverrrgamamahueeevo.

— Pues es lo que te iba a decir. Pelea. Pelea como si el mundo dependiera de ti. Pelea como si el día no fuera a acabar. Pelea como si estuvieras solo. Pelea como si tuvieras un ejército. Pelea por lo que crees que debes hacer. Pelea para evitar lo que no quieres que venga. Pelea como si fueras invencible. Pelea como si solo te quedase un último aliento. Pelea como si fueras inmortal. Pelea por tu tiempo. Pelea por tu libertad. Pelea por redimir tus errores. Pelea hasta que te caigas. Pelea por levantarte otra vez más. Pelea con rabia. Pelea con inteligencia. Pelea con pasión. Pelea por amor. Pelea  por seguir peleando. Pelea por los tuyos. Pelea por ti. Pelea, pelea y pelea.

— Jope Rufi —dijo un compungido Don Juan— qué bonito.

— Lo sé. Soy el mejor.

En ese momento, una música celestial sonó a todo trapo por doquier y acompañado de una luz cegadora, una brecha intergaláctica se abrió sobre nosotros dejando entrever el mismísimo cielo. De él aparecieron, vestidos de impoluto frac blanco, El Fary, Homer Simpson y mi padrino. Mientras nos frotábamos los ojitos de incredulidad, ellos comenzaron a hacernos gestos para que nos acercáramos hacia allá.

— Vamos muchacho —me dijo Rufino— es hora de volver a casa.

Yo ya me estaba incorporando hacia él cuando la música celestial se paró de golpe, como cuando uno levanta la aguja del tocadiscos.

— Un momento, un momento —dijo una oscura y enjuta figura desde detrás de nosotros— soy el Abate Faria y he salido expresamente del libro de El Conde de Montecristo para venir aquí y decir que este blog es una mierda.

— ¡Pero hombre! —dijo Rufino.

— ¡Abate, Abate! —exclamé yo— ¡derecho de asilo! ¡Solicito derecho de asilo!

— Solo quiero desearle suerte, contamos con usted —dijo Leslie Nielsen.

— Hola buenos días somos de Callejeros, venimos buscando a alguien que vista de Emidio Tucci.

— Solo quiero desearle suerte, contamos con usted —dijo Leslie Nielsen.

— ¡Salinas! — Dijo Andrés Montes— este blog es maravilloso.

Rufino y yo nos mirábamos boquiabiertos mientras esa panda de haraganes y mamarrachos se ponían a bailar con el equipo de marketing de Aquarius al grito de: “La vida es maravillosa”.

— No le pueden empujar —sentenció a cámara lenta Antonio Lobato.

— Solo quiero desearle suerte, contamos con usted —dijo Leslie Nielsen.

Y mientras la cosa empezaba a desmadrarse en una rave super chunga con más y más gente de la farándula friki de los últimos 25 años, noté que la cabeza me daba vueltas como si fuera el último episodio de “Los Serrano”.

— ¡Ay dios mío Rufi, esto es el fin! ¡Y no el fin de los precios altos!

— ¡Adiós amijooos! — dijo Don Juan

— Adiós, amigo — me dijo Rufi

De repente, me desperté en la cama gritando:

— ¡Zinc, Zinc! ¡No quiero un mundo sin Zinc!

Todo había sido una pesadilla. Ni era emprendedor, ni viajaba en el tiempo y el espacio, ni sabía nada de tecnología. Era simplemente un joven chimpancé cíclope abrazado a su peluche humano rubio, de ojos azules y prominente barriguita. Era un muñeco muy guapo, pese a ser humano.

— ¡A dormir, Rufi! —le dije al peluche

Y apagué la luz, que siempre dejaba encendida cuando me iba a dormir, por si acaso venían los malos.

Epístola 9, sobre Rufino, las fuerzas y el aguante

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