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Epístola 9, sobre Rufino, las fuerzas y el aguante

Estaba yo con Rufino en un concierto de Masiel y Paolo Vasile cuando nos entraron ganas de orinar. Tras subirlo a Twitter, nos abrimos paso hacia el baño entre una horda de punkis manchegos. Y, así de sorpresamiento, aparecimos en casa de Evariste Galois

—Ay Rufino, menos mal que estás aquí, no puedo más, no llegó a tiempo con ningún proyecto. ¡Mis clientes apenas me pagan! No llego a fin de mes, no tengo con qué alimentar a mi hurón. ¿Qué voy a hacer Rufino? ¡No tengo tiempo, no tengo tiempo! —Dijo el hombrecillo mientras arrancaba las púas a su peine de ballena.

—A ver francés, cálmate. ¿En qué andas metido?

—Pues mira, Rufino —dijo a la vez que se colocaba una pinza de ropa en el pelo—. Tengo un proyecto bastante gordo en el que ya voy justo. El cliente no para de cambiarme los requisitos y me presiona mucho. Además estoy arreglando cosas de otro proyecto que entregué hace unas semanas y que por arte de magia está volviendo a fallar. Y además tengo otros tres presupuesto a medio hacer. Uno de ellos es de un desconocido. Y otros dos, de conocidos. Por lo que me piden de manera velada que haga descuentos o que ofrezca un trato especial. ¡Y no puedo Rufino, no puedo!

—Bueno, pues vamos por partes:

»Primero, nunca des un precio de amigo a no ser que te lo pida un amigo. En cuyo caso dile que no. Es cierto que en ocasiones y por estrategia, puedes bajar precios para acceder a un cliente; demostrar tu valía y luego actualizar tus precios. O que sea un cliente pequeño y confíes en que tu tarifa irá subiendo a la vez que el proyecto crezca. Pero jamás, jamás, bajes un precio por amistad. Hazlo si te sobra tiempo y decides invertirlo en ayudar a un amigo. pero no confundas ambos casos.

»Segundo, si tienes varios pretendientes, quiere decir que tienes más oportunidades de negocio.  Así que aplica la ley de la oferta y la demanda. Si sube la demanda, se encarece la oferta.

»Tercero, fija siempre el periodo de garantía de tus proyectos y da un tiempo de respuesta. No peques de entregado. Si un servicio te requiere una atención de menos de 48 horas, no es una garantía tal cual, es un mantenimiento. Tienes que añadir un grado de disponibilidad y eso cuesta dinero.

—Vale, todo eso ya me lo has contado. ¿Pero qué hago con el agobio? Tengo ganas de mandarlo todo a la mierda y batirme en duelo con una foca monje o una cabra hipoglúcida.

—Bueno, ¿por qué te dedicas a lo que te dedicas? ¿Quieres ser independiente? ¿Crear tu propio negocio? ¿Ganar mucho dinero? ¿Es simplemente lo que hay?

—Pues quiero tener mi propio negocio, quiero tener la máxima capacidad de decisión en mi vida y no tener que seguir órdenes —Dijo mientras exprimía una naranja sobre el cráneo de un ñu.

—La libertad es carísima, porque te hace ser responsable de tu tiempo trabajando y de sus consecuencias. Ser libre significa que puedes decidir qué opción vas a escoger de todas las que tienes delante. Y si no te gusta ninguna, serás capaz de abrir tus propias vías. Pero ojo, no estarás solo cuando una, dos, tres, o mil personas quieran atravesar ese pasillo en el que solo cabe uno. Debes entender que andar tu camino, no supone simplemente ir a donde quieras, si no verte capaz de pelear contra aquellos que te bloqueen el paso. Y saber cuando retirarse y cuando compartir. Ser dueño de tu tiempo te hace estar solo frente al mundo y eso es duro.

—Pero Rufino, ¿qué mierdas dices?

—¡Calla, cerdo! Lo que te digo es que no te dedicas a hacer programas, no te dedicas a ser consultor. Te dedicas a resolver problemas a personas o empresas que no quieren o pueden enfrentarlos. Y que te cargas con la responsabilidad que ellos te confíen y tú aceptas. Por lo tanto, no ofrezcas aquello que no puedes dar. Ten la madurez para decir: “esto no puedo hacerlo”. Y verás como esa asertividad es la que te ayudará a conjugar éxito y felicidad. Si te gusta, aguanta. Si no, déjalo. Nadie te asegura que no haya otro camino que te cuadre más. Pero si después de todo, miras para atrás y te gusta lo que ves, simplemente aguanta, aprende y mejora.

—Muchas gracias Rufino, pero porque sacas a mi cobaya de la jaula

—Porque no hay mayor placer para mí que limpiarme el culo con un roedor delante de un francés con cara de culo y después de hacerme una gran caca.

—Pero, pero pero.. ¿dónde?… ¿cuándo?… ¿Qué gran caca?

—Mira en el segundo cajón del chifonier.

—Oh Dios mío, pero cómo…

—En ese momento llegó Chewaka, puso a Chimo Bayo a todo trapo y mientras la multitud enloquecía lanzando quesos con catapultas, Rufino y yo nos escabullimos entre los salmones que remontan el río.

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