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Epístola 6, Sobre Rufino y sus clientes

Me encontraba apaleando el cuadro de una foca con un saxofón oxidado cuando llegó Rufino y me propuso ir a contar las farolas de la calle Alcalá

— Claro que si Rufi, voy a por las maracas.

Abrimos la despensa y aparecimos en la típica cabina inglesa del Londres de la posguerra, en la que casualmente se encontraba orinando Alan Turing.

— Hombre Rufi, qué alegría verte, precisamente ayer le rezaba a la virgen del Carmen para ver si te podía ver uno de estos días.

— Pues aquí me tienes, culo fino.

—Pues verás chico —dijo Alan mientras calentaba una cuchara con el mechero— he montado una consultora con un primo y creo firmemente que los clientes son gilipollas.

— ¡Vaya!

— No tengo forma de hacerles entender que no es posible satisfacer todo lo que quieren hacer sin salirse del presupuesto. Y para colmo, si intentó darles un extra a costa de mis horas de sueño, en vez de darme las gracias me siguen pidiendo más. Estoy pensando en dejarlo y dedicarme a ponerle nombre a los coches familiares de BMW.

— Pues hablando de eso, te daré un ejemplo. No todos los que conducen BMW son gilipollas, pero sí que hay bastantes gilipollas que se compran un BMW. De la misma manera, es posible que tengas algún cliente que sea gilipollas, pero en general simplemente es gente que quiere hacer algo y no tienen idea ni de lo que cuesta ni de lo que vale. Y es tu responsabilidad como proveedor facilitárselo.

— Jo Rufi, pero es que me llama cada dos por tres; ponen en duda mis plazos; la calidad de mi producto  —dijo Alan mientras pelaba 13 gambas para hacerse un collar—  y me dicen que no les hago caso. Tan malo no puedo ser.

— Claro que no. Pero es igual de importante la calidad de tu producto como el valor que le asignes. Si estás convencido de tu trabajo, ponle precio. Si con tus tarifas y tu calidad, no encuentras clientes, es posible que debas dedicarte a otra cosa. Así no vas a ser feliz, ya que por un lado o por otro, estás fuera de mercado.

— ¡Ay y qué dilema! —dijo Alan debajo de un cubo lleno de espátulas de cocina— ¿Qué hago entonces?

— Primero, acepta que tus primeras experiencias serán errores. Y cuando detectes uno, apúntalo y ponle remedio. Si por ejemplo un cliente te pide una web “sencillita”, y luego resulta que tiene un montón de páginas, la próxima vez que tengas un encargo pon en la especificación “entre n y m página”. Si tu cliente te dice, “ya sé que no lo hablamos, pero la página tiene que tener tal y cual porque es el core de mi negocio”, pues la siguiente vez exígele antes de empezar qué elementos hay esenciales. Quizás tardes un año, pero si registras cada uno de tus errores y pones una contramedida, verás como poco a poco te encuentras con el control de la situación.

— Gracias Rufino, así lo haré. 

— De nada, Rey.

— Solo una cosa, porque estás echando sal sobre todas las plantas de la casa.

— Porque te odio…

— ¡Oh dios mío!

En ese momento llegó Goku en una grapadora mágica gigante y nos fuimos con él a Utrera.

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