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Epístola 4 – Sobre Rufino y los socios

Estaba yo con Rufino en el parque de Santa Justa afilando nuestros patines de hielo cuando una gran nave extraterrestre apareció de la nada y se posó sobre la Giralda. Una gran pantalla se proyectó sobre nosotros con la cara de un señor enjuto, con bigote de dos colores y piel de sapo granulado.

—Terrestres, soy el Gran Culitrin. Príncipe sempiterno del planeta Teletraigo. ¡Eh tú, quiereh el apocalisis! Yo … ¡TE LE TRAIGO! 

En ese momento sonó un dramático CHAN CHAN, y los pájaros abrieron mucho los ojos y miraron a todas partes.

—He vinío a la Tierra por do rasone. La primera, quiero que me prepareí utede un plato boquerones. La zegunda, quiero que me traigáis utede a mi prezecensia a ese que llamáis Rufino.

—¡Oh poderoso Culitrin! —me apresuré a decir— ¿Cómo quieres que te preparemos los boquerones?

—¡Calla, culocaca! —Me dijo Rufino en búlgaro. Yo soy al que llaman Rufino.

—No digáis udtede na má. Subirseme a mi nave que ze me enfría la hipermortadela 

Rufino y yo juntamos nuestros dedos pulgares y nos transportamos a veinte minutos en el futuro dando vueltas a Ganímedes en la nave de el Gran Culitrin. La criatura, apurada por tener la cocina hecha un asco, nos ofreció un vaso de nocilla reciclado con dos bujías usadas en su interior.

—Ponganze utedeh et’to en la oreha que zi no no me van a entendé, que mi abuelo era de Ganimide pero mi agüela de Chipiona, y ze me ha quedao un acento dittintivo.

—¿Qué?

—¿Qué?

—¿Qué?

—Rufino, vamos a ponernos estas bujías en las orejas que yo creo que el hombre sapo es lo que nos está diciendo.

—¿Qué?

—¿Qué?

Rufino cogió el vaso y mientras ponía cara de comedor de cucharas exclamó señalando al fondo:

—Mecagüenla, ¡si se está apareciendo la virgen del Carmen!

Y mientras el hombrecillo se giraba hacia atrás lleno de emoción, Rufino cogió las bujías y se las metió en la boca al buho mecánico que guardaba la cubertería de plata.

—¡Mmmm, que ricas! Luego me pones otras dos para llevar. Pero ahora, cuéntame qué se te ofrece, majo

—Rufino —dijo el extraño ser mientras planchaba sus alpargatas— he quedado ahí en Titán con mis socios para montar un colmado intergaláctico. Pero al final ni se han presentado. Y no es la primera vez. Me parece que han perdido interés por la idea original y que ahora les da igual. ¿Qué hago? ¿Les llamo? ¿Les mando a la mierda?

—Debes saber, oh poderoso Culitrin, que una sociedad, sobre todo en sus inicios, es una relación personal como otra cualquiera. Pero tiene grandes dosis de carga emocional e intereses económicos. Las ideas, por muy bonitas que sean, deben tener algún tipo de relación física con el entorno. Y este, es simplemente la suma del conjunto de percepciones que nosotros como humanos, y tú cómo extraterrestre, utilizamos para interpretar el mundo que nos rodea.

—Pero Rufino —dijo Culitrin mientras se cortaba las cejas con un sacapuntas láser— ¿qué mierdas quieres decir con esta perorata?

—Pues que no exista una idea, existe tu idea, y no puedes exigir que tu interpretación coincida con la de tus socios. Debéis marcar objetivos claros, y qué pasará si la cosa funciona y si no lo hace. Recuerda que los socios deben sumar y fortalecer las debilidades del resto para entre todos constituir una entidad completa. Si te ves obligado a recordar a tus socios sus tareas, simplemente vete, porque no suman. Si un socio te reclama que no hayas hecho algo y tú sí que lo crees, vete. No habláis el mismo idioma. 

»Una cosa es discutir la estrategia. Eso es bueno. Pero nunca se debe mirar atrás lamentándose de que las cosas no hayan sido de otra manera. Si tu socio mira para atrás más que para delante, fuera.

—Pero Rufino, eres un poco radical, ¿no?

—¿Y me lo dices tú, maldito sapo usurpador? Bueno, tengo mis razones. Y son muy claras. Debes tener con tus socios una química equiparable a la de tu pareja sentimental. Debes encontrarte agusto aunque peleéis. Y siempre con la mente fija en conseguir un objetivo. Al principio, uno suele pasar por alto pequeños detalles porque quiere, sobre todas las cosas, que el proyecto salga adelante. Pero eso es un error. Solo si el equipo funciona podrás alcanzar el éxito.

—¿Pues para eso mejor hacerlo solo no? —Dijo el Gran Culitrín mientras pintaba barba a una docena de castañas.

—Por supuesto. Eso sí, siempre que puedas pagar a alguien que haga las cosas que tu no puedas o sepas hacer. Como generalmente ese no es el caso, tendrás que transigir para obtener la colaboración de otros. Ya sea en forma de dinero, tiempo o trabajo. Pero no pierdas nunca de vista la idea básica. Habla, conoce y prueba a tus socios. Sé consciente de sus ventajas e inconvenientes. Si la suma es positiva, adelante. Si por el contrario es negativa, no empieces nada, porque acabará mal. Y…

Rufino se vio súbitamente interrumpido por un Alien —de la película Alien, el Octavo pasajero— que entró corriendo y se sentó en un pupitre. Sacó su hiper-cuaderno, una foto enmarcada de Carlos Valderrama y tras hurgar un instante en su turbomochila, levantó la cabeza hacia nosotros visiblemente alterado. Se quedó en silencio durante unos segundos y dijo:

—Oh no, me he equivocado de clase.

Y se murió.

Rufino me miró con un claro gesto de aprobación y procedió a finalizar su discurso.

—Y por último recuerda esto. Antes de liarte con papeles y notarios, empezad a trabajar con un acuerdo. Elevado a público o no, pero que defina las tareas y responsabilidades de cada uno durante la fase inicial. Si cumplís todos con lo acordado, sabrás que el equipo es el correcto y podréis constituir la sociedad. Si alguien no cumple, malo. Mejor cortar antes de empezar que tener que divorciarse después.

—Jo Rufino, pues vaya mierda

—Para mierda la que he puesto en el molde del flan que te estás zampando.

—¿Pero cómo? 

—Seeeeeh

—¡Oh Dios mío!

Y mientras Rufino se frotaba las manos yo encendí la yogurtera decimonónica del Primark y nos trasladamos a nuestra casa.

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