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Epístola 3 – Sobre Rufino y la soledad

Estaba el otro día podando bonsais con Rufino cuando sentí el antojo de comerme unas nécoras. 

—Eh Rufi, ¿te gusta el centollo?

—¿Playmobil?

—¿Quien?

—¡No!

—¡Pues vámonos!

Salimos por la puerta y nos encontramos en el salón de Clerk Maxwell, que justo estaba intentando montar un fuerte de playmobil con una tostadora de carbón y el cadáver de un mapache.

—¡Ay Rufino, que alegría verte por aquí! Estoy mu solo mu solo mu solo.

—¿Qué te ocurre, salao?

—Pues la cosa es; trabajo trabajo y trabajo. Lo hago todo por el bien de la sociedad. Pero esta decide ignorarme y darme la espalda. Ya no me invitan a fiestas de cerveza. Ni a competiciones de perritos. Ni siquiera encuentro a gente con la que apedrear a los palomos. ¡Ayyy los palomos! 

—Es que hijo mío, algunos sufrimos un terrible complejo de mesías con el que nos vemos capaces de liberar al mundo de todos sus tedios. Yo quiero ser inmensamente rico, pero no para vivir rodeado de lujos, sino para poder equilibrar las diferencias de la sociedad. 

»Esto no deja de ser una inocente ilusión. Es extremadamente complicado cambiar el mundo de manera que todos sean felices. Simplemente, porque el mundo se basa en que lo que a unos les sobra, es porque les falta a otros. Y en cuanto apoyes a un extremo, el opuesto se resentirá. 

»Por eso la pasión por el trabajo es algo tan complicado, porque dejas de entregar tu tiempo a tu gente cercana en favor de ti mismo. Y esto ocurre, aunque el objetivo final sea la mismísima paz mundial.

—Pero Rufino —Dijo Maxwell mientras tendía unas enaguas por la ventana del patio interior —¿Cómo puedo hacer ver al resto de los que me rodean, que ese tiempo es importante que lo dedique al trabajo? ¿Que no puedo perderlo con tonterías, salvo cuando me va a reventar la cabeza que necesito que me saquen por ahí?

—Tu no eres quien para decidir que el tiempo de los demás tiene un valor u otro. Si tus convicciones te obligan a trabajar sin descanso por el bien de la humanidad, o por el de tus santos c…,  tendrás que aceptar que no sea una campaña popular. No puedes ser querido como tú quieras que te quieran. Arsa.

—¡Ay Rufino! ¡Es que cuando acabo de trabajar me siento tan solo! —Dijo Maxwell mientras ordeñaba a su cabra favorita.

—Ten en cuenta que en la vida lo importante es ser feliz. Aunque el trabajo te llene, hay muchas más experiencias que no debes perderte. Si te encuentras bien vivirás mejor, serás más feliz e incluso es probable que la calidad de tu trabajo mejore.

—¿Y qué hago, Rufino? —Gritaba el pobre hombre con la cabeza metida en la pecera

—No seas tan intransigente con la opinión de los demás. Pero tampoco hagas el canelo. Si alguien te reprocha que no le dedicas atención, elimínalo inmediatamente de tu círculo. Yo creo que solo la gente que no te lo exige, es merecedora de tu tiempo

—Muchas gracias por el consejo. Sin embargo lo que no entiendo es porque te estas llevando mi cubertería y estás echando un tordo en el cajón

—Porque siempre he querido saber si un barbudo gordinflón como tú tiene tenedor de ensalada.

—¡Oh dios mío!

Dicho esto nos montamos en el globo de Willy Fog y nos fuimos para casa.

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